Reseña a “El gran capital con Hitler” de Jacques Pauwels
- 03 Jul 2019
En este libro Pauwels argumenta que el gran capital industrial y financiero en Alemania y en los Estados Unidos jugó un rol mayor al apoyar, financiar y abastecer al gobierno de Hitler desde el comienzo hasta el final.
En 1938, Gueorgui Dimitrov, el líder comunista búlgaro, dio la definición marxista-leninista clásica de fascismo: “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chauvinistas y más imperialistas del capital financiero.” Él añadió, “el fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización de la venganza terrorista contra la clase obrera.” En “El gran capital con Hitler”, Jacques Pauwels hace algo más que validar la proposición de Dimitrov. Él provee un recuento sorprendente de la colaboración entre el gran capital y Hitler, una colaboración que involucró tanto al capital estadounidense como al alemán, una colaboración que se extendió más allá de Alemania a otros países europeos, y una colaboración que ocurrió no solo antes de la Segunda Guerra Mundial, sino que también perduró tras la Segunda Guerra Mundial. Si tú creías conocer algo del capitalismo y de Hitler, el libro de Pauwels, probablemente te mostrará que tu no conocías ni la mitad de la historia.
Pauwels, un canadiense con un PhD en historia de la Universidad de York, ha escrito dos libros previos – “The Great Class War 1914-1918”1 y “The Myth of the Good War” – que retan varios de los conceptos aceptados de la Primera y la Segunda guerras mundiales. En esta obra, Pauwels también desafía varios mitos. Él argumenta que el gran capital industrial y financiero en Alemania y en los Estados Unidos jugó un rol mayor al apoyar, financiar y abastecer al gobierno de Hitler desde el comienzo hasta el final. Lo hicieron porque las políticas nazis incrementaron sus ganancias y atacaron a sus enemigos, a saber el partido comunista, los sindicatos y la Unión Soviética. La primera mitad del libro lidia con el gran capital alemán y Hitler, y la segunda mitad con el gran capital estadounidense y la Alemania nazi. Conocedor del inglés, francés y alemán, Pauwels basa sus argumentos en la investigación de punta en estos idiomas así como en fuentes en italiano, holandés y español. Conciso y legible, el libro sintetiza de manera magistral los estudios existentes.
Aunque la idea de que el gran capital apoyó al fascismo no resultará una sorpresa, la rica variedad de fuentes de Pauwels, sus estadísticas y otros detalles decidores, informarán y dejarán perplejos incluso a aquellos familiarizados con la historia. Es sorprendente conocer, por ejemplo, que sin importar lo grande que fuesen las violaciones de las normas democráticas por parte de Hitler, sin importar lo grande que fuesen las atrocidades cometidas contra comunistas, socialistas, sindicatos obreros, judíos, gitanos y otros, sin importar lo costosas y devastadoras que fueren las pérdidas de guerra de Alemania, el apoyo de los capitalistas alemanes no menguó. En otras palabras, la muerte o encarcelamiento de un tercio del Partido Comunista de Alemania, la persecución de minorías étnicas y la confiscación de su propiedad, e incluso los 13,5 millones de alemanes que fueron asesinados, heridos o tomados prisioneros entre 1939 y 1945, no moderaron en lo absoluto el entusiasmo de los capitalistas alemanes por Hitler. En efecto, ellos se beneficiaron de todas estas políticas.
Los capitalistas apoyaron a Hitler porque sus políticas incrementaron continuamente sus ganancias. La destrucción de la izquierda y los sindicatos hicieron posible el incremento de la explotación de los obreros. Los salarios cayeron y las horas de trabajo se extendieron. Por ejemplo, los salarios reales en la Francia ocupada por los alemanes se redujeron en un 50 por ciento entre 1940 y 1944. En Alemania para finales de 1942 los obreros en Opel y Singer trabajaban sesenta horas por semana. Además, la industria Alemania se benefició de la confiscación de la propiedad judía y el saqueo de los bancos y recursos de las tierras ocupadas. Esta riqueza fue directo a manos de los capitalistas alemanes a los que se les pago por la producción de guerra. La industria alemana también se benefició directamente por el uso del trabajo esclavo. Al menos 12 millones de obreros importados de los países ocupados, prisioneros de guerra, y prisioneros de los campos de concentración trabajaron para la industria alemana por poca o ninguna paga. I.G. Farben, por ejemplo, construyó una fábrica gigantesca en Auschwitz donde los internos laboraron hasta la muerte para producir caucho sintético. Uno de cada cinco de ellos moriría mes a mes. Entretanto, las ganancias de I.G. Farben ascendieron cada año, de 47 millones de reichsmarks en 1933 a 300 millones en 1943.
El aspecto que más abre los ojos en el recuento de Pauwels es su descripción de lo que se reveló durante y tras la Segunda Guerra Mundial. Muchas firmas – General Motors, Ford, Du Pont, IBM, Singer, ITT, Kodak, RCA, Standard Oil, Dow, Coca Cola – y bancos estadounidenses – Guaranty Trust, Chase Manhattan, J.P. Morgan – tenían subsidiarias o relaciones comerciales cercanas con las compañías y el gobierno alemán desde antes de la guerra. Tras Pearl Harbor e incluso tras la declaración de guerra a Alemania, estas compañías y relaciones continuaron beneficiando al fascismo alemán. El gobierno alemán no confiscó las subsidiarias estadounidenses, y la idea de que los capitalistas estadounidenses perdieron el control de sus empresas alemanas es en gran medida un mito promovido por los propios capitalistas. En su mayor parte las subsidiarias continuaron operando y obteniendo ganancias durante la guerra, donde suplieron al ejército alemán con combustible, equipo y provisiones para continuar la guerra e incluso facilitaron tecnología para administrar los campos de concentración. Aunque los gerentes alemanes dirigieron de forma ostensible estas subsidiarias, y las compañías estadounidenses en Alemania continuaron abasteciendo a la maquinaria de guerra alemana, los propietarios estadounidenses a menudo se mantuvieron en contacto con los gerentes alemanes por medio de canales clandestinos en países neutrales. Fuera de Alemania, Standard Oil usó canales clandestinos para entregar combustible y otros pertrechos a Alemania. Durante la guerra, las subsidiarias sufrieron pocos daños. Por ejemplo, la Ford Works, a las afueras de Colonia, fue perdonada por los bombardeos aliados que arrasaron el resto de la ciudad. Al final de la guerra, la autoridad de ocupación retornó las subsidiarias a la administración estadounidense a menudo con ganancias y con instalaciones mejoradas.
Tras la guerra, los capitalistas estadounidenses se beneficiaron de la extraordinaria influencia que ejercieron en las administraciones de Roosevelt y Truman. Las compañías estadounidenses obtuvieron reparaciones por el poco daño que sufrieron. Los capitalistas estadounidenses forzaron a la administración Truman a frustrar el llamado Plan Morgenthau que pedía el desmantelamiento de la industria alemana. Estas también pusieron un alto a las reparaciones de Alemania occidental para la Unión Soviética y aseguraron un tratamiento favorable para los industriales alemanes que sirvieron fielmente al Tercer Reich. En lo que bien podría ser el pasaje de cierre del libro, Pauwels cita al poeta francés Paul Valéry: “La guerra es un evento en el que gente no se conoce se masacra entre sí por las ganancias de gente que se conocen muy bien, pero que no se masacran entre sí.”
Al final, Pauwels señala que tanto los recuentos populares como académicos del fascismo alemán han oscurecido o reescrito el rol del gran capital y las elites. En un bocado de fabricación de mitos, The Sound of Music retrató a aristócratas oponiéndose al fascismo, mientras que la gente común lo apoyaba. En La Lista de Schindler se representó a un industrial alemán que desafía a las autoridades para salvar vidas judías, cuando la realidad común era todo lo contrario. De igual forma, en Hitler Willing Executioners de Daniel Godlhagen se distrae la atención de la culpabilidad de los capitalistas alemanes al echar el fardo del fascismo al supuesto antisemitismo inherente al pueblo alemán. En sus historias de Ford y General Motors, los historiadores Simon Reich y Henry Ashby Turner hacen un lavado de cara total de la colaboración de ambas firmas con la Alemania nazi.
El libro de Jacques Pauwels realiza una contribución eterna al entendimiento del capitalismo y el fascismo. Es también una contribución oportuna. Durante el caso Dreyfus, Emile Zola dijo que en tiempos de bancarrota moral uno se tiene que acostumbrar a tragarse un sapo vivo todos los días para desarrollar una verdadera indiferencia para con el horror que nos rodea. Hoy, aunque la mayoría de los estadounidenses se niegan a ser indiferentes para con los horrores que emanan a diario de Washington, la élite corporativa y financiera está más que dispuesta a tragarse sapos. Para entender su presteza, no se debe ver más allá de una subida de la bolsa de valores y el crecimiento de las ganancias. Puede que Trump no sea un fascista, pero es posible que la venalidad y el cinismo inherente al capitalismo haga de la élite estadounidense cómplice tan comprometida con los exabruptos presentes y futuros de Trump como sus contrapartes lo fueron con Hitler.
1 Edithor publicará esta obra en los próximos meses.
Fuente: mltoday.com/book-review-big-business-and-hitler-by-jacques-pauwels/