Occidente promueve un nihilismo antichino malsano y racista
- 16 Jul 2018
Parece que la opinión pública occidental, a la vez relativamente «educada» y profundamente ignorante, podría ponerse de acuerdo, tras algunos esfuerzos de persuasión, sobre ciertos hechos fundamentales –por ejemplo que Rusia ha sido víctima de incontables agresiones europeas en el curso de su historia o que países como Venezuela, Cuba, Irán o Corea del Norte (RPDC), en la historia moderna, no han cruzado nunca las fronteras de naciones extranjeras con el fin de atacarlas, saquearlas o de derrocar a sus gobiernos.
Es cierto, haría falta la «persuasión» pero, al menos, en determinados círculos de la sociedad occidental por lo demás terriblemente adoctrinada, sigue siendo posible dialogar de vez en cuando dentro de ciertos límites.
Con China es distinto. No hay «piedad» para China en Occidente. La más grande y una de las culturas más antiguas de la tierra, según múltiples referencias, ha sido sistemáticamente denigrada, insultada, ridiculizada y juzgada con arrogancia por los creadores de opinión, los propagandistas, el «mundo universitario» y la prensa dominante con sede en Londres, Nueva York, París y en otros muchos lugares que Occidente considera centros de la «erudición» y de la «libertad de información».
A veces, los mensajes antichinos son manifiestos, pero en general aparecen ligeramente velados. Suelen ser racistas y estar basados en la ignorancia. ¡Y la triste realidad es que funcionan!
Funcionan por múltiples razones. Una de ellas es que mientras los asiáticos del Norte, en general, y los chinos, en particular, aprendieron con esmero todo lo relacionado con el mundo, Occidente no sabe prácticamente nada de casi todo lo que es asiático y chino.
Yo, personalmente, he llevado a cabo una serie de «experiencias» simples pero reveladoras en China, en Corea y en Japón, así como en varios países occidentales: mientras que casi todos los niños de Asia del Norte pueden identificar fácilmente al menos algunos «iconos» fundamentales de la cultura occidental, incluidos Shakespeare y Mozart, la mayoría de los profesores universitarios europeos titulares de doctorados no podrían nombrar un solo cineasta coreano, un compositor de música clásica chino o un poeta japonés.
¡Los occidentales no saben nada de Asia! Y no estamos hablando del 50 % de ellos, ni siquiera del 90 %, sino de una cifra que ronda, muy probablemente, el 99,9 %.
Huelga decir que Corea produce algunas de las mejores películas de arte y de ensayo del mundo, mientras que China y Japón tienen fama por su excelente arte clásico y por sus obras maestras modernas.
En Occidente, esa misma ignorancia se extiende a la filosofía china, a su sistema político y a su historia. Europa y Estados Unidos viven en la oscuridad total y en la mayor ignorancia sobre la visión china del mundo. En París o en Berlín, los «analistas» occidentales juzgan a China siguiendo exclusivamente la lógica occidental, con una arrogancia absoluta.
El racismo es la explicación principal, aunque hay muchas otras razones de segundo orden para esta situación.
El racismo occidental, que ha humillado, atacado y arruinado a China durante siglos, ha ido cambiando progresivamente de tácticas y estrategias. De abierta y gravemente insultante y vulgar, ha ido pasando poco a poco a ser algo más «refinado», pero siempre manipulador.
El carácter malintencionado del lenguaje occidental de la superioridad se mantiene.
Antes, Occidente presentaba a los chinos como animales mugrientos. Poco a poco, empezó a presentar la revolución china como brutal, al igual que el conjunto del sistema chino, utilizando en la lucha contra la República Popular y el Partido Comunista de China conceptos y eslóganes como los «derechos humanos».
Pero no se refieren a los derechos humanos que podrían y deberían aplicarse en todo el mundo (como el derecho a la vida), de la protección de todos los pueblos y del planeta. Porque es evidente que los que han violado esos derechos de manera totalmente flagrante han sido, durante muchos siglos, los países occidentales.
Si de verdad se respetara a todos los hombres como iguales, el conjunto de los países occidentales deberían ser enjuiciados e inculpados y luego severamente castigados por los incontables genocidios y holocaustos llevados a cabo en el pasado y en el presente. Los cargos estarían claros: barbarie, robo, tortura, así como masacre de millones de personas en África, Oriente Medio, en lo que hoy en día se llama América Latina y, claro está, en casi toda Asia. Algunos de los crímenes más atroces de Occidente se cometieron contra China y su pueblo.
El concepto de «derechos humanos» que Occidente utiliza continuamente contra China está «manipulado». La mayor parte de las acusaciones y de los «hechos» se han sacado del contexto de lo que estaba sucediendo a escala mundial (hoy en día y en el pasado). Solo se han aplicado puntos de vista y «análisis» eurocéntricos. La filosofía y la lógica china han sido totalmente ignoradas; nunca se las ha tomado en serio. Nadie en Occidente les pregunta a los chinos lo que de verdad quieren (solo los supuestos «disidentes» están autorizados a hablar al público occidental a través de los medios de comunicación). Este planteamiento no ayuda en lo más mínimo; al contrario, es degradante y se ha concebido para provocar el mayor perjuicio al país más poblado de la tierra, a su sistema único y, cada vez más, a su importante posición mundial.
Es evidente que las universidades y los medios de comunicación occidentales reciben millones y miles de millones de dólares para censurar las principales voces chinas y promover un oscuro nihilismo anticomunista y anti-RPC.
Conozco un profesor irlandés que vivía en Asia del Norte y enseñaba en China. Me dijo, con orgullo, que tenía la costumbre de provocar a los estudiantes chinos: «¿Sabíais que Mao era pedófilo?». Y ridiculizaba a los que le contestaban o pensaban que sus palabras eran repugnantes.
Esta forma de actuar resulta totalmente aceptable en la universidad occidental establecida en China. Pero inviertan los papeles e imaginen a un profesor chino que llega a Londres para enseñar la lengua y la cultura chinas y empieza sus clases preguntando a los estudiantes si sabían que Churchill era zoófilo. ¿Qué pasaría? ¿Le echarían en el acto o al final del día?
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Occidente no tiene vergüenza y es hora de que todo el mundo comprenda este simple hecho.
En el pasado, comparé a menudo esta situación con la de una aldea medieval atacada y saqueada por forajidos (Occidente). Atracaban las tiendas, quemaban las casas, violaban a las mujeres y forzaban a los niños a la esclavitud y luego les sometían a un profundo lavado de cerebro.
Cualquier posible resistencia era aplastada de forma brutal. Se decía a la gente que se espiara mutuamente, que denunciara a los «terroristas» y a los «elementos peligrosos» de la sociedad con el fin de salvaguardar el régimen de ocupación.
Únicamente estaban autorizados dos «sistemas económicos»: el feudalismo y el capitalismo.
Si los aldeanos elegían a un alcalde dispuesto a defender sus intereses, los forajidos le asesinaban, sin ceremonias. Matarle o derrocarle, para que el statu quo perdure.
¿Pero tenía que haber una noción de justicia, no?
De vez en cuando, el consejo de forajidos detenía a un ladrón que había robado unos cuantos pepinos y algunos tomates. Y presumía de proteger a la gente y a la aldea. Cuando ya se habían ocupado ellos de destruirlo todo.
Teniendo en cuenta el pasado y el presente de China, teniendo en cuenta el carácter terrible y genocida del pasado de Occidente, antiguo y moderno, teniendo en cuenta que China es, según todas las definiciones, la gran nación más pacífica de la tierra, ¿cómo puede alguien en Occidente pronunciar palabras como «derechos humanos», por no hablar de criticar a China, Rusia, Cuba y cualquier otro país que figure en la lista?
Está claro que China, Rusia o Cuba no son «países perfectos» (no hay un país perfecto en la tierra y no lo habrá nunca), pero ¿debería un ladrón y un asesino de masas estar autorizado a juzgar a alguien?
¡Claro que sí! Sucede continuamente.
Occidente no tiene vergüenza. Porque es ignorante, está absolutamente mal informado sobre sus actos pasados y presentes o se encuentra supeditado a estar mal informado. Y esto es así porque Occidente es, en realidad, una sociedad fundamentalista, incapaz de analizar y comparar. Ya no puede ver.
Lo que cuentan sus políticos y repiten las universidades y los medios de comunicación de masas serviles es muy retorcido.
La mayor parte del mundo está en la misma situación de la aldea que he descrito antes.
Pero a quien se trata de malvados y verdugos del pueblo es a China así como a Rusia, Cuba, Venezuela, Siria, Irán y otros países. Lo negro se convierte en blanco. La guerra es la paz. La esclavitud es la libertad. Un violador de masas es un pacificador y un agente del orden.
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Insisto: Occidente odia a China. Seamos totalmente honestos.
China debe entenderlo y actuar en consecuencia. Cuanto antes mejor.
Como ya hemos señalado, el odio hacia China es irracional, puramente racista; basado principalmente en el complejo de superioridad de los «pensadores» occidentales.
Pero también está basado en el miedo subconsciente de los occidentales a que la cultura china y su sistema socialista (con todas sus «imperfecciones») sean muy superiores a la cultura del terror y la brutalidad extendida por todo el planeta por los europeos, seguidos de los estadounidenses.
Hace algunos años, me entrevistaron en diversos medios de comunicación chinos, entre los que estaban el legendario Diario del pueblo, China Radio International y CCTV (hoy CGTN).
Todos querían saber por qué, a pesar de los grandes esfuerzos de China por entablar amistad con el mundo, hay tanta sinofobia en los países occidentales. Me he enfrentado a la misma pregunta muchas veces: «¿Que más podemos hacer? Lo hemos intentado todo… ¿Qué quedaría?»
Debido a su inmenso optimismo hereditario, la nación china no ha sabido entender un hecho simple pero fundamental: cuanto más haga China por el mundo y menos agresiva sea, más la odiara y demonizará Occidente. Precisamente porque China, al contrario que Occidente, intenta mejorar la vida en todo el planeta Tierra, no la dejarán nunca en paz y nunca se la apreciará, admirará o estudiará en lugares como Londres, París o Nueva York.
Esta fue mi respuesta a los que me entrevistaban:
«¡Les odian, por lo tanto lo están haciendo bien!»
Quizás a los chinos mi respuesta les parezca demasiado cínica. Sin embargo, no pretendo serlo. Únicamente intento responder de forma honesta a una pregunta sobre la psique de la cultura occidental, que ha asesinado ya a centenares de millones de seres humanos en todo el mundo. Después de todo, fue el gran psicólogo europeo de todos los tiempos, Carl Gustav Jung, quien diagnosticó la cultura occidental como «patología».
¿Pero quién odia realmente a China y en qué grado?
Pero examinemos las cifras: ¿quién odia a China y en qué grado? Principalmente los occidentales, europeos y norteamericanos. Y Japón, que, de hecho, ha asesinado a decenas de millones de chinos, más el principal rival de China en la región, Vietnam.
Según un sondeo del Pew Research Center realizado en 2017, solo el 13 % de los japoneses tiene una imagen positiva de China. El 83 % de los japoneses, un país que es el principal aliado de Occidente en Asia, miran a China «negativamente». En Italia, que es histéricamente antichina y escandalosamente racista, la ratio es de un 31 % de opiniones favorables y un 59 % desfavorables. ¿Chocante? Claro. Pero Alemania no sale mejor parada con un 34 % frente al 53 %. Estados Unidos 44 % – 47 %. Francia 44 % – 52 %. La mitad de España valora a China desfavorablemente – 43 % – 43 %.
Y ahora algo realmente chocante: el «resto del mundo». ¡Los resultados cambian totalmente! Sudáfrica: el 45 % tiene una opinión favorable de China, el 32 % desfavorable. Argentina: 41 % – 26 %. Incluso los filipinos, que se ven constantemente empujados por Occidente a la confrontación con China: 55 % favorable – 40 % desfavorable. Indonesia, que ha perpetrado varios pogromos antichinos e incluso prohibió la lengua china tras el golpe de estado apadrinado por Estados Unidos en 1965: 55 % favorable – 36 % desfavorable. México: 43 % – 23 %. La República Bolivariana de Venezuela: 52 % – 29 %. Chile : 51 % – 28 %.
Y luego esto se pone todavía más interesante: Líbano : 63 % – 33 %. Kenia: 54 % – 21 %. Brasil: 52 % – 25 %. Túnez : 63 % – 22 %. Rusia : 70 % – 24 %. Tanzania : 63 % – 15 %. Senegal: 64 % – 10 %. Y el país más poblado del África subsahariana, Nigeria : 72 % – 13 %.
La encuesta de 2017 de BBC World Service, sobre las visiones de la influencia de China por países, arroja unos resultados todavía más sorprendentes.
En los dos extremos, en España solo el 15 % ve la influencia de China como algo positivo, mientras que el 68 % la ve como negativa. En Nigeria, el 83 % de las opiniones son positivas frente solo al 9 % de opiniones negativas.
Piensen un momento sobre lo que indican realmente estas cifras.
¿A quién beneficia el importante crecimiento de China en la escena mundial? Por supuesto a los pobres del mundo, la mayoría de nuestro planeta ¿Quiénes son los que intentan impedir que China ayude a los pueblos colonizados y oprimidos? ¡Las antiguas y las nuevas potencias colonialistas!
A China la odian principalmente los países imperialistas occidentales (y sus Estados clientes como Japón y Corea del Sur), mientras que la aprecian los africanos, la mayoría de los asiáticos y de los latinoamericanos, así como los rusos.
Cuéntele a un africano lo que les dicen a los europeos sobre la influencia negativa o, incluso, «neoimperialista» de China en el continente africano y se partirá de la risa.
Justo antes de entregar este artículo, me llegó un comentario de Kenia de mi colega Booker Ngesa Omole, secretario nacional de organización del Partido Socialdemócrata (SDP) de Kenia:
La relación de China con Kenia en particular y con África en general no solo ha llevado a un enorme desarrollo en las infraestructuras, sino también a un verdadero intercambio cultural entre chinos y africanos; lo que, a su vez, ha permitido a los africanos conocer a los chinos de primera mano, lejos de las semiverdades y de las mentiras cotidianas contra China y el pueblo chino difundidas masivamente en todo el mundo por fábricas de mentira como la CNN. Asimismo, ha puesto de manifiesto que existe una forma distinta de relacionarse con los llamados socios para el desarrollo y el capital internacional; los chinos han llevado a cabo una política de no injerencia en los asuntos internos de un país soberano, al contrario de lo que han hecho Estados Unidos y los países occidentales, a través del FMI y el Banco Mundial, que han impuesto políticas devastadoras en el continente, que han acarreado el sufrimiento y la muerte de muchos africanos, como ese infame plan de ajuste estructural, que era un plan criminal. Tras su puesta en marcha, las cifras del paro en Kenia se dispararon y nuestro país además quebró.
Otra comparación es la velocidad a la que se realizan los proyectos; antes, teníamos un proceso burocrático pésimo y costoso; podían pasar varios años antes de que un trabajo pudiera llevarse a cabo sobre el terreno. Eso ha cambiado con la entrada de capital chino, vemos que los proyectos se realizan a tiempo, vemos un trabajo de gran calidad, frente a lo que los medios de comunicación occidentales suelen decir, o sea que todo lo que viene de Rusia o China es falso antes de llegar.
***
El sistema chino (el comunismo o el socialismo con características chinas) es, en esencia, verdaderamente internacionalista.
Como decía el presidente Mao Zedong en «Patriotismo e internacionalismo»:
¿Puede un comunista, que es internacionalista, ser al mismo tiempo patriota? Sostenemos que no sólo puede, sino que debe serlo. (…) La victoria de China y la derrota de los imperialistas que la invaden supondrán una ayuda para los pueblos de los demás países…
El presidente Mao escribió esto durante la lucha de liberación de China contra los invasores japoneses. Sin embargo, pocas cosas han cambiado desde entonces.
China está firmemente dispuesta, y es capaz de hacerlo, a levantar una gran parte del mundo devastada por el imperialismo occidental. Es lo bastante grande para hacerlo, lo bastante fuerte, está decidida y llena de optimismo.
Occidente produce, fabrica directamente, crisis y enfrentamientos, como el que se produjo en la plaza de Tiananmén en Pekín en 1989 o el que no llegó a «despegar» realmente nunca en Hong Kong en 2014 (principalmente por el desprecio de la mayoría de la población local hacia los egoístas manifestantes prooccidentales).
Estas adulteraciones y representaciones occidentales son, sin embargo, lo que la mayoría de los europeos y estadounidenses conocen de China (RPC): «derechos humanos», Falun Gong, Tibet, Dalaï Lama, «noroeste del país» (aquí no se acuerdan o son incapaces de pronunciar los nombres, pero les han dicho en los grandes medios de comunicación occidentales que China lleva a cabo «algo siniestro» allí y ellos lo repiten), plaza de Tiananmén, Ai Wei-Wei y otros alaridos, «sucesos» y nombres dispersos.
Así se percibe, se juzga y se (mal)interpreta a este coloso con miles de años de historia, de cultura y de filosofía.
Toda esta situación sería cómica si no fuera tan trágica, terrible y peligrosa.
Quién odia realmente a China empieza a estar claro: no es el «mundo» y tampoco son los países de todos los continentes que fueron brutalizados y reducidos a la esclavitud por el imperialismo occidental. En ellos, se aprecia a China.
Los que odian a China son los países que no están dispuestos a liberar a sus colonias de facto. Los países que están acostumbrados a una buena vida, demasiado buena y demasiado fácil, a costa de los demás. Para ellos, China, históricamente igualitaria y ahora socialista/comunista (con las características chinas), representa una amenaza realmente seria. Una amenaza no para su supervivencia o su existencia pacífica, sino una amenaza para su pillaje y su expolio del mundo.
La actitud internacionalista de China frente al mundo, su igualitarismo y su humanismo, la defensa del trabajo duro y el inmenso optimismo de su pueblo podrían pronto, muy pronto, romper la terrible inercia y el letargo inoculado por Europa y Estados Unidos en las venas de todas las naciones expoliadas, saqueadas y humilladas.
¡China ya ha sufrido bastante!
En su revolucionario libro China Is Communist, Damn It! (¡Dios mío , China es comunista!) un eminente especialista sobre China, Jeff Brown (que vive actualmente en Shenzhen), escribe sobre el trato inhumano que los chinos sufrieron por parte de los occidentales durante siglos:
…cifras incalculables, en el siglo xix… fueron enrolados, secuestrados para ser enviados al nuevo mundo como culies esclavos.
El racismo ejercido sobre los culies chinos fue ejemplar. Durante la travesía del océano de China a Vancouver, en Canadá, se les amontonaba y se les mantenía en bodegas estrechas, oscuras y mal aireadas durante todo un viaje de tres semanas, para que no tuvieran ningún contacto con los blancos que viajaban en los puentes superiores. Sin sol ni aire fresco. La tripulación de los barcos se refería normalmente a esos chinos como «ganado» y los trataban como tal. En realidad, se les trataba peor que al ganado vacuno, a los cerdos, a las ovejas y a los caballos, puesto que existen leyes que exigen que los animales disfruten de aire libre y de ejercicio diario durante el transporte…
Este tipo de trato inhumano de los ciudadanos chinos se refleja sin pasión en el diario de un oficial británico, encargado de vigilarlos:
«Cuando eramos niños, nos enseñaron que Caín y los culies eran asesinos desde los orígenes; no se podía confiar en ningún culi, era un perro amarillo… La labor de cargar a los culies es cansada. En las ordenes, se habla de «embarque», pero los que conocen este trabajo, lo llaman más bien «embalaje». Los culies no son pasajeros que deban encontrar su cabina. Los culies son como una carga, ganado, que debe ser embalado. Aunque las experiencias no dejan de presionarle, su forma de enfrentarse a la existencia es la de un animal doméstico».
El subteniente británico Daryl Klein, en sus memorias, With the Chinks (Con los amarillos), se expresa como un verdadero racista imperial occidental. Evidentemente, amarillo es el peor insulto utilizado contra los chinos. Es el equivalente de negrata. El término culi no es mucho mejor. Es como llamar a un emigrante de América Latina un «espalda mojada». El subteniente Klein al menos era honesto en su deshumanización total del Otro temido.
Existen numerosos ejemplos de discriminación y de humillación a los chinos por parte de los colonialistas occidentales en el territorio chino. Los chinos fueron literalmente masacrados y reducidos a la esclavitud en su propio país por los occidentales y los japoneses.
No obstante, también se cometieron crímenes horribles contra los chinos en el territorio de Estados Unidos, incluidos linchamientos y otro tipo de asesinatos.
Como trabajaban muy duro, muchos chinos fueron llevados como trabajadores esclavos a Estados Unidos y a Europa, donde a menudo se les trataba peor que a animales. Sin otra razón que la de ser chinos. No ha habido nunca ninguna disculpa o compensación por tales actos de barbarie; ni siquiera decenios y siglos más tarde. Hasta ahora, este tema lo recubre el silencio, aunque habría que preguntarse si realmente es un simple «silencio» que nace de la ignorancia o si es algo mucho más siniestro; tal vez desconfianza y un rechazo consciente o inconsciente a condenar los frutos de la cultura occidental, que son el imperialismo, el racismo y, en consecuencia, el fascismo.
Gwen Sharp, un profesor universitario, escribió el 20 de junio de 2014 en un artículo para Sociological Images «Old “Yellow-Peril” Anti-Chinese Propaganda» (La vieja propaganda antichina del «peligro amarillo») :
A los chinos se les describía de manera estereotipada como heroinómanos degenerados, cuya presencia fomentaba la prostitución, el juego y otras actividades inmorales. Algunas ciudades en la costa Oeste conocieron revueltas en las que los blancos atacaron a los asiáticos y destruyeron los barrios chinos. Las revueltas en Seattle en 1886 hicieron que prácticamente toda la población china fuera agrupada y enviada de manera forzosa a San Francisco. Situaciones parecidas en otras ciudades llevaron a los trabajadores chinos dispersos por todo el Oeste a desplazarse a otros lugares, lo que provocó el crecimiento de los barrios asiáticos en algunas grandes ciudades de las costa Oeste.
A lo largo de su historia, China y su pueblo han sufrido a manos de los occidentales, ya fueran europeos o estadounidenses.
Según diversas fuentes académicas y de otro tipo, entre ellas una publicación, History And Headlines («History: October 9, 1740: Chinezenmoord, The Batavia Massacre»):
El 9 de octubre de 1740, los caciques coloniales holandeses de la isla de Java (hoy una de las principales islas de Indonesia), en la ciudad portuaria de Batavia (hoy Yakarta, la capital de Indonesia) se libraron a una loca matanza de limpieza étnica y asesinaron aproximadamente a diez mil chinos. La palabra holandesa «Chinezenmoord» significa literalmente «matanza de chinos».
Los ocupantes españoles de Filipinas también cometieron masacres antichinas y se han dado otros muchos casos de limpieza étnica antichina y matanzas perpetradas por las administraciones coloniales europeas en diferentes lugares del mundo.
El saqueo del Palacio de verano de Pekín por parte de las tropas francesas y británicas fue uno de los crímenes más atroces cometido por los occidentales en el territorio chino. Un novelista francés, indignado, Victor Hugo, escribía entonces:
Nosotros, los europeos, somos los civilizados y para nosotros los chinos son los bárbaros. (…) Pues miren lo que la civilización le ha hecho a la barbarie.
***
Occidente ya no puede tratar a los chinos de esa manera, pero si pudiera salir indemne, lo haría de todas formas.
El complejo de superioridad de Europa y Estados Unidos es poderoso e injustificable. Existe un peligro real, si no se controla y no se ponen los medios para enfrentarse a ello, de que se acabe pronto cualquier forma de vida en el planeta. El holocausto final iría acompañado de discursos moralizantes, de una arrogancia desenfrenada, de una ignorancia descontrolada sobre el estado del mundo y, en general, sin ningún remordimiento.
Ya no se puede golpear a los chinos en las calles de Europa o Estados Unidos; ya no se puede, al menos teóricamente, insultarles directamente a la cara solo por ser chinos (incluso si eso sigue ocurriendo todavía).
Pero hay muchas formas de herir y de hacer sufrir profundamente a un ser humano o a su país.
Mi amigo cercano, un brillante pianista chino, Yuan Sheng, me dijo un día justo después de haber dejado un puesto de enseñante bien remunerado en Nueva York para volver definitivamente a Pekín:
En los Estados Unidos, lloraba en medio de la noche, casi todas las noches… Me sentía tan impotente. Lo que decían de mi país… ¡Y era imposible convencerles de que se equivocaban totalmente!
Varios años después, durante el «Primer foro cultural mundial», que tuvo lugar en Pekín, un colega intelectual franco egipcio, Amin Said, afirmó que eramos todos víctimas del capitalismo. Yo no estaba de acuerdo en absoluto y le contesté allí, en Pekín, y más tarde en Moscú donde hablamos de nuevo en persona.
(Según él) la intolerancia, la brutalidad y el imperialismo occidentales son mucho más antiguos que el capitalismo. Yo pienso exactamente lo contrario: la cultura occidental violenta es el corazón del capitalismo salvaje.
Hace poco, cuando me dirigía a estudiantes y a profesores de una antigua escuela alternativa y oficialmente progresista en Escadinavia, acabé por entender el calado de los sentimientos antichinos en Europa.
Durante mi presentación sobre los conflictos mundiales alimentados por Estados Unidos y Europa, el auditorio permanecía silencioso y atento. Hablaba a una inmensa sala, con alrededor de doscientas o trescientas personas, la mayoría futuros enseñantes.
Hubo una especie de ovación. Luego vinieron las preguntas. Después una charla alrededor de un café. Fue precisamente en ese momento cuando las cosas se complicaron.
Una joven se me acercó y me preguntó, con una sonrisa angelical: «Lo siento, no sé nada de China… ¿Pero qué pasa con el noroeste del país?»
Le noroeste de China es varias veces más grande que Escandinavia. ¿Podría ser mas precisa? No, no podía: «Ya sabe, los derechos humanos… Las minorías…».
Una joven italiana se acercó, diciendo que era estudiante de filosofía. El mismo tipo de preguntas: «No sé gran cosa sobre China, pero…» Luego sus preguntas se fueron haciendo agresivas: «¿A qué se refiere cuando habla del “humanismo de China”?».
No preguntaba, atacaba. Le contesté airado: «Usted no quiere escuchar, solo quiere oírse repetir eso con lo que le han lavado el cerebro».
A una de las organizadoras de la conferencia no le gustó mi intercambio con sus malditos niños mimados, egocéntricos y mal educados. Me daba exactamente lo mismo y se lo dije a la cara.
«Entonces ¿por qué aceptó la invitación para ser un conferenciante principal? preguntó. Le respondí honestamente: «Para estudiar a los europeos desde un punto de vista antropológico. Para enfrentarme a su racismo y a su ignorancia».
Al día siguiente, más de lo mismo. Mostré mi impactante documental Rwanda Gambit, sobre la forma en que Occidente construyó un discurso totalmente falso sobre Ruanda y cómo desencadenó un verdadero genocidio, el de la República Democrática del Congo (RDC).
¡Pero lo único de lo que el público quería hablar era sobre China!
Uno de ellos dijo: «Yo he visto una empresa del gobierno chino construir dos estadios deportivos en Zambia. ¿No es un poco raro?».
¿De verdad? ¿Raro? El sistema de salud chino está basado principalmente en la prevención y funciona. ¿Acaso construir estadios es un crimen?
Otro recordó que en África del Oeste, «China plantaba anacardos». Era como si esto pudiera equipararse a los siglos de horrores del colonialismo occidental, los asesinatos en masa y la esclavitud de centenares de millones de africanos a manos de británicos, franceses, alemanes, belgas y otros.
En el aeropuerto, al volver a Asia, quería vomitar y al mismo tiempo gritar de alegría. Regresaba a casa, dejando detrás de mí ese continente adoctrinado, ese burdel intelectual.
Occidente está más allá de la salvación. No se detendrá ni se arrepentirá.
Solo se le puede parar y es preciso pararle.
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Jeff Brown, en su libro China Is Communist, Damn It!, señalaba una diferencia fundamental entre la mentalidad china y la occidental:
China y Occidente no podrían ser más diferentes. La civilización occidental está basada en la filosofía, la cultura, la política y la economía griegas. La Grecia antigua estaba formada por centenares de ciudades-estado independientes y bastante pequeñas, que normalmente estaban bastante aisladas unas de otras. Se encontraban separadas por el agua o por cadenas montañosas, cobijadas en bahías o en valles. La población de cada ciudad-estado podía contarse en miles, no en millones. Existía un gran número de dialectos distintos. Con grados variables de comprensión mutua, que iban de la familiaridad a la incomprensión total. Los contactos de unas con otras se basaban en el comercio y el intercambio, lo que sentó las bases de la economía occidental en los preceptos del capitalismo. La noción de acción individual en Occidente se basa en este sistema económico, donde los campesinos, los propietarios de la tierra, los comerciantes y los artesanos podían trabajar y tomar decisiones de negocios individualmente entre ellos. Cada ciudad-estado tenía su propio gobierno independiente y, a lo largo de los siglos, ha habido fases de monarquía, de oligarquía, de tiranía y de democracia. Las guerras locales eran frecuentes, para solucionar las discrepancias. Esas luchas se producían constantemente, ya que la producción agrícola de la antigua Grecia no era abundante, debido a los suelos pobres y a la escasa superficie cultivable. Cuando la comida escaseaba por culpa de las sequías, los intercambios agrícolas podían interrumpirse a causa de las penurias, lo que alimentaba la necesidad de guerra para compensar las adquisiciones de alimentos que no habían podido llevarse a cabo.
La China antigua y la China moderna no podrían ser más radicalmente distintas. La vida, la economía y el desarrollo giraban todos en torno a un gran gobierno central, dirigido por el emperador. En lugar de basarse en el intercambio y el comercio, la economía de China ha estado siempre basada en la producción agrícola y las cosechas se vendían, y se venden todavía, en gran parte al Estado. ¿Por qué? Porque se espera de un gobierno que mantenga el Mandato del cielo, lo que supone garantizar que todos los ciudadanos tengan bastante para comer. Por lo tanto, los campesinos sabían siempre que el cereal que ellos cultivaban podría acabar fácilmente en otra parte de China debido a las sequías lejanas. Todo esta idea de planificación central se extendía al control de las inundaciones. Las comunidades en una región de China se encargaban de construir diques o canales, no para contribuir a reducir el riesgo de inundaciones para ellas mismas, sino para otros ciudadanos alejados río abajo, todo ello por el bien común.
La idea de ciudades-estado independientes es un anatema en China, porque eso siempre ha supuesto una ruptura en la cohesión del poder central y del gobierno, de una frontera a otra, que ha llevado a la era de los señores de la guerra, a los conflictos y al hambre.
El sistema socialista (o llámenle comunista) chino está claramente enraizado en la historia antigua de China.
Está basado en el reparto y la cooperación, en la solidaridad y la armonía.
Es un sistema mucho más apropiado para la humanidad que lo que Occidente ha implantado por la fuerza en todos los rincones del mundo.
Cuando Occidente consigue algo, siente que «ha ganado». Planta su estandarte, bebe un poco de líquido fermentado para celebrarlo y se siente superior, único.
China piensa de otra forma: «Si nuestros vecinos están bien y viven en paz, China también prosperará y disfrutará de paz. Podemos comerciar, podemos visitarnos, intercambiar ideas».
En la antigüedad, los barcos chinos se dirigían a África, a lo que es hoy Somalia y Kenia. Los barcos eran enormes. En la época, Europa no disponía de nada tan grande. Los barcos chinos estaban armados contra los piratas, pero navegaban principalmente con escribas, eruditos, médicos e investigadores.
Cuando llegaron a la costa africana, establecieron contacto con los autóctonos. Se estudiaron mutuamente, intercambiaron regalos (todavía se encuentran algunas vasijas y cerámicas chinas cerca de la isla de Lamu).
No había muchos puntos comunes entre esas dos culturas, en esa época. Los escribas chinos anotaron: «Todavía no es el momento adecuado para contactos permanentes». Dejaron los regalos en la orilla y regresaron a casa. No murió nadie. No se «convirtió» a nadie. No se violó a nadie. La tierra de África siguió perteneciendo a los africanos. Los africanos eran libres de hacer lo que quisieran.
Uno o dos siglos después, llegaron los occidentales…
***
Conozco China, pero conozco todavía mejor el mundo en el que China se mueve.
Cuanto más veo, más me impresiona: ¡quiero que China llegue cuanto antes a todas partes!
He trabajado en todas las pequeñas y grandes naciones de Oceanía (Polinesia, Melanesia y Micronesia), excepto en Nieu y Nauru. Allí, Occidente ha dividido esta parte del mundo magnífica y, en otro tiempo orgullosa, ha creado extrañas fronteras, ha forzado a la gente a comer literalmente mierda (descargando comida para animales en las tiendas locales), les ha ahogado con préstamos extranjeros y ha introducido una cultura de dependencia y de destrucción (ensayos nucleares y bases militares). Debido al cambio climático, RMI, Kiribati y Tuvalu han comenzado a «hundirse» (se trata, en realidad, de que el agua sube).
China acudió con una verdadera vocación internacionalista. Empezó a hacer todo lo que hacía falta –plantar manglares, construir instalaciones deportivas en países donde más de la mitad de la población vive a menudo con la diabetes. Construyó edificios gubernamentales, hospitales, escuelas. ¿Cuál fue la respuesta de Occidente? Empujó a Taiwán a ir, a sobornar a los gobernantes locales y a hacer que reconocieran a Taipéi como la capital de un país independiente, lo que obligó a China a romper relaciones diplomáticas.
En África, he visto a chinos construir carreteras, vías de ferrocarril, incluso tranvías urbanos, escuelas, hospitales, combatir la malaria. Occidente solo saqueó este continente. Los europeos y los estadounidenses no han construido nada allí. China hizo, y sigue haciendo, milagros. Por solidaridad, en virtud de los principios internacionalistas tan claramente definidos hace décadas por el presidente Mao.
Y me da exactamente igual lo que los propagandistas e ideólogos occidentales piensen del Partido Comunista Chino, de Mao, del presidente Xi Jinping. ¡Veo los resultados! Veo a China, inmensa, generosa y confiada crecer y, con sus aliados cercanos como Rusia, dispuesta a defender el mundo.
China salvó a Cuba. Los intelectuales de «izquierdas» occidentales no dijeron nada al respecto. Yo lo hice. Me atacaron. Luego Fidel confirmó personalmente lo que yo había dicho.
China ha ayudado a Venezuela y a Siria. No por el lucro, sino porque era su deber internacionalista.
Yo he visto a China en acción en Timor Oriental (Timor Leste), un pequeño país pobre que Occidente sacrificó, entregándoselo en bandeja de plata al asesino dictador indonesio Suharto y a sus esbirros militares. El treinta por ciento de la población fue brutalmente masacrado. Tras la independencia, Australia empezó a privar al nuevo y frágil gobierno de gas natural en una zona en liza. China llegó, edificó el sector energético y un magnifico hospital moderno (público), que dotó con cirujanos chinos de alto nivel (mientras que Cuba enviaba médicos generalistas).
¿Afganistán? Tras dieciséis años de ocupación monstruosa por parte de la OTAN, este país, en otro tiempo orgulloso y progresista (antes de que Occidente fabricara allí movimientos terroristas para combatir el socialismo), es uno de los países más pobres de la tierra. Occidente ha construido muros, alambradas, bases militares y una miseria total. ¿China? China ha construido una inmensa ala de hospital moderna, de hecho la única estructura médica correcta y que funciona en el país.
Estos son solo algunos de los muchos ejemplos de los que he sido testigo a lo largo de mi trabajo por todo el mundo.
Cuando vivía en África (viví en Nairobi durante varios años), en la casa de enfrente se alojaban cuatro ingenieros chinos.
Mientras que los occidentales son casi siempre reservados, esnobs y arrogantes, este grupo de constructores chinos era ruidoso, entusiasta y estaba siempre de buen humor. Salían al jardín, comían, bromeaban juntos. Recordaban a los viejos carteles del «realismo socialista». Sin duda, estaban en misión. Construían para intentar salvar al continente. Se les veía tan confiados.
Ellos construían mientras yo realizaba documentales sobre lo que Occidente le ha hecho a África, como mi Rwanda Gambit al que me he referido antes.
Cuál era mi posición estaba claro. Cuál era la posición de los ingenieros chinos estaba claro. Estábamos con los africanos. Firmemente. Poco importa lo que la propaganda, la universidad y los medios de comunicación occidentales sigan inventado, estábamos ahí y es ahí donde nos mantenemos en este momento, aunque estemos alejados geográficamente. Y si caemos, caemos así, sin remordimientos, construyendo un mundo mejor.
Y los pueblos de África, de Oceanía, de América Latina y, cada vez más, de Asia empiezan a darse cuenta, a entenderlo.
Van entendiendo lo que es la iniciativa The Belt and Road Initiative (BRI). Van entendiendo la «civilización ecológica». Van entendiendo poco a poco que no todo el mundo es igual; que cada país tiene una cultura y unos objetivos distintos. Van entendiendo que en la vida no todo es mentira o se hace por interés. Sí, es un hecho, los recursos no son ilimitados y a veces es necesario cubrir los gastos, pero la vida es mucho más que fríos cálculos.
Occidente y sus Estados satélites no pueden entender esto. O pueden, pero no quieren. Como entidad moral, están acabados. Solo pueden luchar por sus propios intereses, como sus obreros en París solo luchan por sus propios intereses, ciertamente no por el mundo
Occidente intenta ensuciar todo lo que es puro y repite que «todo el mundo en este mundo es básicamente igual» (ladrones).
Su entorno universitario (principalmente occidental, pero también surcoreano, taiwanés, de Hong Kong y japonés) está profundamente implicado. Ya ha infiltrado todo el mundo, en particular Asia, incluida la propia China. Enseña a los jóvenes chinos que, en realidad, ¡su país no es lo que creen! Hubo un momento en que los estudiantes chinos iban a Occidente a estudiar… ¡China!
Las universidades estadounidenses y europeas distribuyen fondos e intentan manipular las mejores mentes chinas.
En otras partes de Asia, de nuevo con financiación y becas de estudio, «se hermana» a los universitarios locales con homólogos anticomunistas y prooccidentales que operan en las universidades de la RPC.
Afortunadamente este problema ha sido identificado en RPC y los vergonzosos ataques contra el sistema educativo chino están siendo abordados.
Los medios de comunicación y las librerías no se quedan atrás. La propaganda antichina está en todas partes. La propaganda anticomunista está en todas partes.
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Sin embargo, China crece. Crece a pesar del racismo, las mentiras y las noticias falsas.
La China socialista, internacionalista, avanza lentamente pero con confianza, sin enfrentarse a nadie, sin hacer demasiado ruido sobre el tratamiento injusto y agresivo que recibe en Occidente y en países como Japón.
Es como si sus dirigentes tuvieran nervios de acero. O quizás esos largos miles de años de gran cultura simplemente hablan por sí mismos.
Cuando un gran dragón vuela, pueden vociferar, gritar insultos e incluso dispararle. Es demasiado grande, demasiado viejo, demasiado sabio y decidido; no se detendrá, no retrocederá ni caerá del cielo. Y cuando la gente en la tierra tenga suficiente tiempo para observarlo en toda su grandeza y en pleno vuelo, por fin podrá entender que la criatura no solo es poderosa, sino también extraordinariamente hermosa y afable.
André Vltchek es filosofo, novelista, cineasta y periodista de investigación. Ha cubierto guerras y conflictos en docenas de países. Sus tres últimos libros son un homenaje a The Great October Socialist Revolution, una novela revolucionaria, Aurora, y el best-seller documental político: Exposing Lies of the Empire. Pueden ver el resto de sus libros en este enlace. Vean Rwanda Gambit, su documental revolucionario sobre Ruanda y la RD del Congo. Tras vivir en América Latina, África y Oceanía, Vltchek reside actualmente en Asia Oriental y en Oriente Próximo y sigue trabajando por todo el mundo. Es posible contactar con él a través de su sitio web y de su cuenta de Twitter
Traducido del inglés por Rocio Anguiano para Investig’Action
Fuente : Investig’Action