La Revolución de Octubre y la rusofobia de Occidente
- 01 Nov 2017
A lo largo de la Historia de Occidente se edificó la representación de una Rusia “eternamente” en los márgenes de la Europa “civilizada”. A pesar de los enfrentamientos armados o no que desgarraron a todos los países europeos hasta el siglo XX, el pueblo ruso ha sido maltratado por los Imperios occidentales en términos casi análogos a los utilizados en contra del Oriente “bárbaro”.
Desde luego, toda sociedad produce estereotipos sobre la otra y construye esta imagen invertida o modificada de sí misma. Toda sociedad produce una clasificación de los otros, por lo general excluyéndolos de su autoproclamada superioridad. La acusación de “barbarie” define la relación del acusador con la alteridad: no reconocer la plena humanidad del Otro es un signo de naturaleza bárbara.
El mero hecho de admitir la problemática “sociedades cerradas contra sociedades abiertas” revela una primitiva autosatisfacción, según la cual no puede haber nada de bárbaro en el “autosatisfecho”. Es un signo de barbarie el hecho de que el mundo occidental jamás se cuestione a sí mismo ni proceda al inventario de rigor de su propia historia, incluso cuando utiliza la coerción pretendiendo lo contrario.
Es un síntoma muy malo (1) para cualquier coexistencia el confinar a los otros en un papel subalterno, como lo hizo Europa desde que tuvo los medios, alejando de sí a los sujetos perturbadores, como los rusos. Este rechazo es, potencialmente, un factor de todas las “guerras frías”.
Al ser confundida con un “golpe por la fuerza” (2), la Revolución de Octubre lleva a la aniquilación de los raros puntos de vista occidentales favorables a Rusia”. A pesar de la excepcional contribución en el campo de la cultura en la primera época soviética con el Comisario en Educación y Bellas Artes (3) A. Lounatchevski, los tradicionales temas antirrusos son retomados con mucho más vigor que antes; entre ellos, la acusación de “invasión de los incultos” y del “despertar de lo arcaico” en el marco de un populismo y una inconfesada visión proeslava.
El retroceso impuesto de las fronteras del Este (con los “acuerdos” de Brest-Litovsk y de Riga), la inexistencia de relaciones diplomáticas normales, la política hostil del “cordón sanitario” no son tomados en cuenta: el aislamiento y la sanción contra la Rusia soviética son globalmente aprobados en Occidente, donde paradójicamente se acusa a los rusos de xenófobos.
Para Occidente, la URSS se transforma en la única adversaria de verdad: por ello está listo para formar todas las alianzas posibles con el fin de combatir al sovietismo, lo que se agrega a la multisecular fobia contra los rusos. Un testimonio de esto lo constituye, por ejemplo, el pacto polacoalemán de 1934 aprobado por Europa occidental.
La desaparición de la URSS, cincuenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, no produce una profunda modificación en la mirada occidental. El fenómeno sería extraño, e incluso incomprensible si no se le vinculara a la exasperación crónica y permanente frente a una nación que no cedió a la última “transfiguración” deseada, a la “verdadera revolución” según un historiador francés (4), haciendo de Rusia una “Nación semejante a las demás”.
El mundo occidental solo tiene deferencia por sí mismo: se percibe como el único modelo universal. A esta pretensión políticocultural se agrega actualmente la “insoportable” competencia que cada vez más manifiestan tanto las potencias emergentes como la Rusia renaciente, a pesar de las cínicas “esperanzas” que había mantenido el caos postsoviético de los primeros años de 1990.
La política de los Estados occidentales, hacia la URSS al igual que frente a la Federación de Rusia hoy día, es sustentada por concepciones de la Historia que han hecho mella en la sociedad civil, pervirtiendo la imagen de los rusos y fundando una crítica hostil corrientemente admitida por muchos europeos.
Notas :
1.Cf. La revue Noesis, n° 18. 2011, consagrada a « la barbarie ».
2. Cf. A. Ropert. La misère et la gloire. Histoire culturelle du monde russe de l’an 1.000 à nos jours. A. Colin. Paris. 1990, p. 312.
3. El Pabellón de la URSS en la exposición de artes decorativas de París en 1925 es un testimonio notable de ello.
4.Ver las últimas líneas de la obra de A. Ropert, op. cit.
Fuente : fragmento del libro Rusofobia, ¿Hacia una nueva guerra fría?
En su nuevo libro Rusofobia. ¿Hacia una nueva guerra fría? el profesor emérito de derecho Robert Charvin señala cómo los poderes fácticos están iniciando un proceso similar al de la Guerra Fría, en el que los europeos tenemos poco que ganar y mucho que perder.