En Brasil, el eclipse de la inocencia
- 31 May 2016
La interpretación liberal de la situación actual en Brasil – en su versión de derecha y de izquierda – pretende que el país vive su más profunda crisis moral. Todo pasa como si la corrupción, este signo del progreso burgués revelado por Bernard de Mandeville en el inicio del siglo XVIII, fuera descubierto por primera vez bajo el sentimiento trágico que suele acompañar todo fenómeno inaugural. No obstante, las investigaciones de la Operación Lava Jato demuestran a cada semana con nuevos datos y revelaciones que el hombre común no alcanza a comprender cabalmente las causas y sobretodo las consecuencias de estos días que simulan una lógica típica de las situaciones extremas.
Poco a poco la clase dominante busca interpretaciones originales y alimenta inmenso aparato de propaganda para manufacturar el consenso de manera que el juego se mantenga bajo reglas parlamentarias y que las emociones no se transborde. Es decir, la consciencia burguesa indica que precisamente en estos días la República y la democracia revelan que finalmente son suficientemente fuertes para exhibir sus calidades y virtudes. La presidente Dilma, acusada de romper con conceptos básicos ordenadores por la constitución y las leyes, es acusada de crear déficits fiscales que no corresponden – supuestamente no fueron autorizados por el parlamento – al dogma dominante en la periferia capitalista aunque gocen de muy buena salud en los países centrales.
Las acusaciones son, desde luego, falsas. Por ende, es legítimo que los defensores del gobierno afirmen que el “impeachement es golpe” y logren organizar una fuerte corriente en defensa de la democracia, la única consigna que podría llevar a las calles millones de personas (entre las cuales miles y miles que visten rojo) que rechazan por completo el gobierno de la presidente Dilma. Es decir, muy poca gente defiende su gobierno pero mayoría importante observa el intento de destitución como un golpe a las reglas del juego. Asimismo, las marchas verde-amarelas que logran los opositores del gobierno encabezado por el Partido dos Trabalhadores (PT) no son para nada nacionalistas, sino gente que esta agobiada por la crisis económica y no puede más suportar la ausencia de representación político partidaria. Es muy significativo el hecho que los principales líderes de la oposición parlamentaria a la presidente Dilma – entre ellos el senador Aécio Neves y el gobernador paulista Geraldo Alckmin – fueron expulsados de la gran manifestación del día 13 de abril como si fueron intrusos. Con efecto, en el origen de la crisis actual podemos encontrar en el colapso del sistema de representación política y la erosión de las bases de la estrategia económica iniciada en 1994, el Plan Real.
En los países dependientes, la principal característica del desarrollo capitalista es su inmensa desigualdad social. En Brasil, menos del 10% de la población acapara por lo menos el 72% de la riqueza y el Estado tiene dueño. Así, la justicia, el parlamento y el ejecutivo caminan bajo la conducción de los grandes capitales nacionales y extranjeros. En períodos de crisis el carácter de clase de todas las instituciones de estado es todavía más evidente. En este contexto, la existencia de un partido identificado con las clases subalternas y sus intereses históricos es muy importante porque precisamente indica que se puede buscar soluciones para los gravísimos problemas sociales y para la soberanía nacional en el interior del sistema político. Resulta que el PT abandonó sus raíces y, paso a paso, ocupó el espacio que en nuestra tradición pertenecía a la derecha. Lula primero y Dilma después, adoptaron la política económica de la socialdemocracia del PSDB (Partido de Fernando Henrique Cardoso) y el pacto de clase que sostenía la acumulación desde 1994: el capital financiero, los grandes propietarios de tierra, los grandes industriales y, sobretodo, el capital extranjero. Los gobiernos del PT agregaran a la cuenta algo para lo social: los programas del gobierno destinado a mitigar la miseria, especialmente en los estados del norte y nordeste del país.
El pacto solamente era posible por el inmenso endeudamiento del estado: la deuda pública interna que era de 64 millones de reales en 1994 alcanzó 720 mil millones al final del segundo gobierno de FHC; Lula, cuando terminó su segundo gobierno la dejó en 1 trillón e 500 mil millones de reales.
Por su vez, la presidente Dilma dobló la apuesta: la deuda hoy alcanza casi 4 trillones de reales. En resumen, durante todos estos años el gobierno destinó por lo menos el 44% de su presupuesto para mantener a flote a la República rentista y el concierto era posible porque los salarios no ultrapasaban los límites exigidos por la ley de bronce del capitalismo periférico, es decir, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. Los programas sociales de Lula festejados por cierta consciencia católica y liberal fue, de hecho, una gigante digestión moral de la pobreza porque, sumados, jamás ultrapasaron la modesta cifra del 0,47% del PIB mientras el rentismo consumía casi 10% del PIB al año. La crisis del 2007/2008 cobró su precio en 2012 y 2013.
Desde entonces, las huelgas explotaron en Brasil y el mundo quedó sorprendido cuando en junio del 2013 – poco tiempo antes del Mundial de futbol – las calles explotaron. Después de todo, más del 80% de la fuerza de trabajo no gana siquiera el salario mínimo necesario constitucional; de hecho, 84% de la fuerza de trabajo recibe hasta tres salarios mínimos, muy por debajo del costo de reproducción de la vida. Los gobiernos del PT jamás avanzaron en la creación de instituciones sociales e, incluso, retrocedieron en el tema de la seguridad social en el gobierno de Lula.
La corrupción es tema relevante, obviamente. No basta con afirmar que se trata de fenómeno estructural, inherente al estado capitalista. El presidente uruguayo Mujica ganó gran popularidad cuando asumió una vida simple, sin los adornos de costumbres en la vida fácil de las clases dominantes y sus mandatarios. Es necesario decírselo que lo hace con autenticidad, aunque el valioso ejemplo no basta para enfrentar la desigualdad en su país. En Brasil no pasa lo mismo. La decadencia moral y los crímenes cometidos durante los gobiernos del PT en que están involucrados dirigentes importantes del partido son muy grandes. Tampoco basta con “defenderse” afirmando que eran métodos y costumbres que ya existían desde los tiempos de Cardoso. Hay que responder por qué razón este escándalo de la Petrobrás fue más destructivo para el gobierno del PT que en la época del “mensalão”.
Quizás una respuesta esté precisamente en el hecho de que los tiempos del consenso basado en la caridad cristina (bolsa familia) ya no son suficientes para mantener el apoyo electoral de otros tiempos. También es necesario decir que victorias electorales no aseguran hegemonía política y ahora se puede ver lo tan frágil era el discurso de Lula según el cual el PT puso 30 millones en la situación de clase media y sacó a 40 millones de la línea de miseria. Todo aquello se desploma ahora, en pocos meses, cuando la tasa de desempleo ya es superior al 10% y los salarios no son suficientes para enfrentar la inflación.
Mientras tanto, las ganancias de los grandes bancos es 40% superior en 2016 cuando comparado con 2015; lo mismo pasa con los terratenientes, pues la gran devaluación de la moneda nacional permite aumentar exponencialmente las exportaciones. De hecho, Dilma fue la presidente que más avanzó la frontera agrícola en favor de los latifundistas con más crímenes ecológicos y más asesinatos en el campo desde el fin de la dictadura. La reforma agraria simplemente fue olvidada y la presidente de Confederación Nacional de Agricultura, la señora Kátia Abreu es ministra de Dilma.
Así, la crisis política actual resulta de la suma entre la crisis del Plan Real que necesita endeudar todavía más el estado y, por ende, aplicar un “ajuste” que vuelve perene la austeridad para los programas sociales (también afecta fuertemente la educación, la salud, el transporte, etc) y la falta de identidad de amplios sectores sociales frente a dos partidos que pelean en cuestiones morales como antagónicos y garantizan acuerdos elementales en la política económica. De hecho, el PT y el PSDB defienden el mismo programa económico y hasta hace poco los opositores socialdemócratas del gobierno afirmaban que Joaquim Levy, el ex ministro banquero de Dilma, representaba el “núcleo racional” del gobierno. Los defensores del “ajuste” fondomonetarista cosechan la indignación popular que los dos partidos defienden pero que es Dilma quien lo practica.
La cuestión central no es apenas si Dilma se mantendrá en el puesto o la oposición logrará sacarla. Yo creo que se quedará porque es mejor para las clases dominantes que permanezca, especialmente porque el precio para quedarse en la silla presidencial es volverse cada día más fiel a la ortodoxia de las políticas de ajuste. Pero lo más importante es algo que casi nadie lo pone en evidencia: ¿podrá el sistema renovarse? ¿Logrará después de decida la cuestión del impeachment conquistar nueva legitimidad? El sistema político brasileño vive grave crisis y no hay ninguna razón para alimentar falsas ilusiones sobre la capacidad de representar los conflictos de una sociedad marcada por la desigualdad social creciente y el fin de un período orientado por la fe en las políticas públicas de solucionar la gravísima cuestión social en los límites del capitalismo dependiente.
La crisis se profundizará, es indudable. En el futuro inmediato lo único que se puede afirmar es que la inocencia del liberalismo de izquierda representado por el PT y sus gobiernos son ahora parte de la Historia y ya no pueden mantener ilusiones en el futuro respecto de la suerte de las clases subalternas. Será un período incierto, por supuesto. Pero la antigua paz social que gobernó el país desde 1994 jamás garantizó, más allá de ilusiones necesarias a la manutención del orden, un lugar digno a las mayorías. Ahora, bajo condiciones nuevas tendrán que reconstruir una suerte de radicalismo político de nuevo tipo, sin la inocencia o la astucia que los dirigentes del PT y sus opositores, pretendían eterno.
Fuente : Investig’Action