Cómo vendimos la Unión Soviética y Checoslovaquia por unas bolsas de plástico
- 28 Sep 2020
Andre Vltchek acaba de dejarnos a la edad de 57 años. Compartimos con él la lucha antiimperialista y la voluntad de hacer oír la voz de los sin voz, a menudo ahogada por la propaganda de guerra de la OTAN que se vierte a través de los medios dominantes. Tuvimos el placer de recibir a Andre en nuestras oficinas hace unos años y nos ofrecimos a traducir sus textos regularmente. Este es uno de sus últimos artículos, donde Andre explica los orígenes y las motivaciones de su lucha. (IGA)
Hace meses que quiero compartir una historia con los jóvenes lectores de Hong Kong. Ahora parece ser el momento más apropiado, cuando la batalla ideológica entre algunas superpotencias occidentales y China está en marcha, y como consecuencia de ello, Hong Kong y el mundo entero lo padecen.
Quiero decir que nada de esto es nuevo, que las superpotencias de Occidente ya han desestabilizado muchos países y territorios, y han lavado el cerebro a decenas de millones de jóvenes.
Lo sé, porque en el pasado, yo fui uno de ellos. Si no lo hubiera sido, sería imposible entender lo que está sucediendo ahora en Hong Kong.
Nací en Leningrado, una hermosa ciudad de la Unión Soviética. Ahora se llama San Petersburgo, y el país es Rusia. Mi mamá es mitad rusa, mitad china, artista y arquitecta. Mi infancia transcurrió entre Leningrado y Pilsen, una ciudad industrial conocida por su cerveza, en el extremo occidental de lo que antes era Checoslovaquia. Mi papá era un científico nuclear.
Las dos ciudades eran diferentes. Ambas representaban algo esencial en la planificación comunista, un sistema que los propagandistas occidentales les han enseñado a odiar.
Leningrado es una de las ciudades más impresionantes del mundo, con algunos de los más grandes museos, teatros de ópera y ballet, espacios públicos. En el pasado, era la capital de Rusia.
Pilsen es diminuta, con sólo 180.000 habitantes. Pero cuando yo era niño, contaba con varias bibliotecas excelentes, cines de arte, un teatro de ópera, teatros de vanguardia, galerías de arte, un zoológico de investigación con cosas que no se encontraban, como me di cuenta más tarde (cuando ya era demasiado tarde), ni siquiera en las ciudades estadounidenses de 1 millón de habitantes.
Ambas ciudades, una grande y otra pequeña, tenían un excelente transporte público, vastos parques y bosques en sus alrededores, así como elegantes cafés. Pilsen tenía innumerables instalaciones de tenis gratuitas, estadios de fútbol e incluso canchas de bádminton.
La vida era bella, tenía sentido. Era rica. No rica en términos de dinero, pero rica culturalmente, intelectualmente y en términos de salud. Ser joven era divertido, con conocimientos gratuitos y de fácil acceso, con la cultura en cada esquina, y deportes para todos. El ritmo era lento: mucho tiempo para pensar, aprender, analizar.
Pero también era el apogeo de la Guerra Fría.
Éramos jóvenes, rebeldes y fáciles de manipular. Nunca estábamos satisfechos con lo que se nos daba. Dábamos todo por sentado. Por la noche, estábamos pegados a nuestros receptores de radio, escuchando la BBC, la Voz de América, Radio Free Europe, y otros servicios de radiodifusión destinados a desacreditar al socialismo y a todos los países que luchaban contra el imperialismo occidental.
Los conglomerados industriales socialistas checos construían, en solidaridad, fábricas enteras, desde el acero hasta los ingenios azucareros, en Asia, Oriente Medio y África. Pero no veíamos ninguna gloria en esto porque los medios de propaganda occidentales simplemente ridiculizaban tales emprendimientos.
Nuestros cines proyectaban obras maestras del cine italiano, francés, soviético y japonés. Pero nos decían que teníamos que exigir basura de los EE.UU.
La oferta musical era excelente, tanto en vivo como en grabaciones. En realidad, casi toda la música estaba disponible, aunque con cierto retraso, en las tiendas locales e incluso en los escenarios. Lo que no se vendía en nuestras tiendas era basura nihilista. Pero eso era precisamente lo que nos decían que teníamos que desear. Y lo deseamos, y lo copiamos con reverencia religiosa en nuestras grabadoras. Si algo no estaba disponible, los medios de comunicación occidentales gritaban que era una grave violación a la libertad de expresión.
Sabían, y aún hoy saben, cómo manipular los cerebros jóvenes.
En un momento dado nos convertimos en jóvenes pesimistas, criticando todo en nuestros países, sin hacer comparaciones, sin siquiera un poco de objetividad.
¿Les suena familiar?
Nos decían, y lo repetíamos: en la Unión Soviética y en Checoslovaquia todo es malo. En Occidente todo es genial. Sí, era como una religión fundamentalista o una locura de masas. Casi nadie era inmune. De hecho, nos infectaron, nos enfermamos, nos convertimos en idiotas.
Utilizamos las instalaciones públicas socialistas, desde las bibliotecas hasta los teatros y los cafés subvencionados, para glorificar a Occidente y desprestigiar a nuestras propias naciones. Así fuimos adoctrinados por las estaciones de radio y televisión occidentales, y las publicaciones introducidas de contrabando en esos dos países.
En aquellos días, ¡las bolsas de plástico de Occidente se convirtieron en símbolos de estatus! Ya saben, esas bolsas que se consiguen en algunos supermercados baratos o grandes almacenes por departamentos.
Cuando pienso en ello, unas décadas más tarde, me cuesta creerlo: chicas y chicos, jóvenes y educados, caminando orgullosamente por las calles, exhibiendo bolsas de plástico baratas, por las que pagamos una gran cantidad de dinero. Porque venían de Occidente. ¡Porque simbolizaban el consumismo! Porque nos decían que el consumismo era bueno.
Nos decían que debíamos desear la «libertad». Libertad al estilo occidental.
Nos instaban a «luchar por la libertad».
En muchos sentidos, éramos mucho más libres que el Occidente. Me di cuenta cuando llegué a Nueva York y vi lo mal educados que estaban los niños de mi edad, lo superficial que era su conocimiento del mundo; y la poca cultura que había en las ciudades norteamericanas de tamaño medio.
Queríamos, exigíamos jeans de marca. Anhelábamos los sellos musicales occidentales en el centro de nuestros LPs. No se trataba de la esencia o del mensaje. La forma era más importante que la sustancia.
Nuestra comida era más sabrosa, producida de forma ecológica. Pero queríamos empaques occidentales coloridos. Exigíamos productos químicos.
Estábamos constantemente enfadados, agitados, confrontados. Peleábamos con nuestras familias.
Éramos jóvenes, pero nos sentíamos viejos.
Publiqué mi primer libro de poesía, luego me fui, cerré la puerta y me fui a Nueva York.
Y poco después, ¡me di cuenta de que me habían engañado!
Esta es una versión muy simplificada de mi historia. El espacio es limitado.
Pero me alegro de poder compartirla con mis lectores de Hong Kong, y por supuesto, con mis jóvenes lectores de toda China.
Dos maravillosos países que solían ser mi hogar fueron traicionados, literalmente vendidos por nada, por un par de jeans de marca, y bolsas de plástico para las compras.
¡Occidente lo celebró! Meses después del colapso del sistema socialista, ambos países fueron literalmente despojados de todo por las empresas occidentales. La gente perdió sus casas y sus trabajos, y se desalentó el internacionalismo. Las orgullosas empresas socialistas fueron privatizadas y, en muchos casos, liquidadas. Los teatros y cines de arte se convirtieron en mercados de ropa barata de segunda mano.
En Rusia, la esperanza de vida cayó casi a los niveles del África subsahariana.
Checoslovaquia fue partida en dos pedazos.
Ahora, décadas más tarde, tanto Rusia como Checoslovaquia vuelven a ser ricas. Rusia tiene muchos elementos de un sistema socialista con planificación central.
Pero extraño mis dos países, como solían ser, y todas las encuestas muestran que la mayoría de la gente que allí vive, también los extraña. También me siento culpable, día y noche, por haberme permitido ser adoctrinado, manipulado y, en cierto modo, haberlos traicionado.
Después de ver el mundo, entiendo que lo que le pasó a la Unión Soviética y a Checoslovaquia también pasó en muchos otros lugares del mundo. Y ahora mismo, las superpotencias occidentales están apuntando a China, usando Hong Kong.
Siempre que estoy en el continente chino, siempre que estoy en Hong Kong, repito: por favor, no sigan nuestro terrible ejemplo. ¡Defiendan su nación! No la vendan, metafóricamente hablando, por unas sucias bolsas de plástico. ¡No hagan algo de lo que se arrepientan por el resto de sus vidas!
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Andre Vltchek fue un filósofo, novelista, cineasta y periodista de investigación. Cubrió guerras y conflictos en docenas de países. Fue autor de 20 libros, entre ellos «China’s Belt and Road Initiative» y «China and Ecological Civilization».
Traducido del inglés por América Rodríguez para Investig’Action
Fuente: China Daily