La alineación de la política internacional europea con la de Estados Unidos
- 28 Sep 2022
En su intervención en la conferencia “Sanciones internacionales contra Irán: balance y perspectiva” de la Academia de Geopolítica de París, Bruno Drweski repasa los objetivos, causas y efectos de las políticas de sanciones occidentales. Señala que los Estados europeos están aplicando sanciones que aumentan los precios de la energía y afectan principalmente a sus poblaciones.
La actual situación internacional, con la generalización y exacerbación de las sanciones extremas por parte de la Unión Europea y sus gobiernos miembros dirigidas a países perseguidos por razones políticas, tiene varias características que acaban por sorprender:
- Se supone que estas sanciones se dirigen a Rusia, al igual que las anteriores se dirigían a Irán, Siria, Cuba y más de una docena de otros países.
- Pero estas sanciones se han vuelto, al menos con mucha frecuencia, en contra de los intereses de las empresas y de las poblaciones europeas.
- En un momento en que, por su parte, los Estados Unidos prosiguen, y a veces incluso aumentan cuando es necesario para su economía, su propio comercio con Rusia o con otros países a los que, en principio, apuntan.
Por lo tanto, es importante plantear la cuestión del objetivo último de las políticas de sanciones, y del enemigo al que realmente se enfrentan los Estados Unidos, ya que es cierto que la dinámica de las sanciones en el mundo desde hace varias décadas ha tenido sin duda un origen al otro lado del Atlántico.
¿Cuáles son los objetivos, las causas y los efectos de las políticas de sanciones?
La actual crisis entre Rusia y los países de la OTAN, con el uso de sanciones a un nivel sin precedentes, nos permite retroceder en el tiempo, para analizar en retrospectiva y con una mirada mucho más aguda todo el proceso que ha llevado a estas sucesivas sanciones, bloqueos y estigmatizaciones por parte de los Estados europeos contra Estados muy diferentes: Rusia, Irán, Siria, Cuba, Bielorrusia, Corea (del Norte), Venezuela, Yemen, Zimbabwe, Irak, China, etc. En efecto, hemos alcanzado un pico de tensión internacional que debería hacer reflexionar a cualquier ser humano con capacidad de análisis racional.
Estados Unidos se enfrenta ahora de forma oficial y directa a una veintena de Estados en el mundo y, en cada ocasión, después de algunas vacilaciones, que pueden verse en el caso de Irán, Cuba o Venezuela, por ejemplo, los países miembros de la UE se han alineado finalmente, de forma oficial o no, con estas políticas de marginación de los enemigos declarados de Washington. Este último se enfrenta ahora sobre todo a tres países: Rusia, Irán y China. La lógica estratégica haría que Estados Unidos tratara de separar a estos tres enemigos entre sí en lugar de atacarlos juntos, mientras que en realidad los está acercando, apoyando una lógica de bloque, destinada sobre todo a asegurar su respaldo por parte de las pequeñas potencias de la UE, Japón, los demás países anglosajones y sus aliados directos o protegidos. Esto plantea la cuestión de quiénes son los verdaderos adversarios de Washington, y en qué orden de importancia.
Por otra parte, la lógica económica aconsejaría que los países europeos cooperaran con cada uno de los tres países mencionados, que son objeto de diversas sanciones tanto comerciales como científicas, pero que no pueden analizarse sin recurrir a factores geoeconómicos, ya que Europa tiene acceso continental directo a estos países euroasiáticos y asiáticos, mientras que Estados Unidos, visto desde Europa, ocupa una posición periférica. Estas contradicciones demuestran que EE.UU. ciertamente pretende excluir –¿y tal vez eventualmente conquistar?– a Rusia, Irán y China del círculo de naciones que cooperan con ellos, pero que su principal preocupación actual está en Europa, en su propio campo, cuya sumisión debe ser garantizada primero, antes de poder apuntar realmente a sus adversarios externos.
Esto explica por qué, en lugar de aprovechar la posible competencia en el mercado del gas y el petróleo entre Rusia e Irán, por ejemplo, los europeos aplican sanciones que aumentan los precios de la energía y se perjudican principalmente a sí mismos. La política de sanciones norteamericana impide así a los europeos jugar con la competencia en beneficio de sus propias economías. Como resultado, en lugar de disminuir, los costes de la energía están aumentando, amenazando el suministro de Europa y haciéndola aún más dependiente de la energía mucho más cara del gas de esquistos norteamericano. Entre tanto, se sabe que otros países productores de gas no están en condiciones de aumentar sustancialmente su propia producción.
Por lo tanto, no es sobre la base de intereses económicos que las potencias dentro de la UE y de la OTAN, pueden legitimar la política de sanciones y de guerra fría dirigida a los países excluidos del “centro occidental”. De ahí la necesidad de apelar a argumentos ideológicos, a los derechos humanos, a los derechos de las mujeres, a los derechos de las minorías –reales o inventadas–, etc., unido al agitado temor a las “amenazas” que suponen países como Irán, Rusia y Corea.
Sin embargo, cualquier observador mínimamente reflexivo no puede sino descartar este argumento idealista, habida cuenta de la situación, a menudo mucho más sombría, de estos derechos en numerosos Estados llevados de la mano por Washington y las potencias europeas, las petro monarquías absolutistas, Turkmenistán, Azerbaiyán, Israel, Egipto, Sudán, Ruanda, Colombia, etc., por poner sólo algunos ejemplos. En cuanto a las amenazas, en lo que respecta a la bomba atómica, está claro que desde 1948 Israel ha sido un foco de guerra y de amenazas recurrentes mucho más duraderas que cualquiera de los Estados objeto de sanciones y estigmatización.
En lo concerniente al número de agresiones armadas, los países denunciados por Washington y los líderes europeos no han participado, o han tenido un papel menor, en la lista de conflictos de los últimos treinta años: Yugoslavia, Irak, Libia, Yemen, Gaza, Siria y Donbass desde 2014. Así que tenemos que buscar en otra parte las razones fundamentales por las que se nos presenta una lista de Estados objetivo. Países con economías que también son potencialmente capaces, por su propio desarrollo económico, de empujar a América del Norte hacia la periferia y promover modos de desarrollo que no estén necesariamente centrados en el núcleo de un complejo militar-industrial. Por lo tanto, podemos ver que los responsables de la UE no defienden sus propios intereses económicos ni sus valores morales declarados cuando se embarcan en políticas de intervención, injerencia, bloqueo o sanciones.
Por otra parte, se observa que siguen, a veces tras algunas vacilaciones fugaces, políticas que tienen su origen en Washington o en Wall Street y que corresponden exactamente a los intereses de los sectores militar-industrial, químico-farmacéutico, agroindustrial y energético de las grandes empresas transnacionales que tienen su sede principalmente al otro lado del Atlántico, y cuyos intereses no se corresponden necesariamente con los de la masa de los habitantes de Estados Unidos. De ahí los fenómenos de descontento que dan lugar a movimientos “populistas” como el Tea Party o Trump, pero también al reciente auge de las ideas socialistas entre la juventud norteamericana.
Esta situación no es nueva, el presidente Eisenhower la mencionó en su discurso de despedida, pero se ha acentuado mucho desde 1991, cuando la UE se encontró sin un contrapeso ante su protector. Al mismo tiempo, sus industrias quedaron atrapadas en una lógica neoliberal de mercado “abierto” que no controlaba, al estar vinculada al reinado del dólar y a los “términos de intercambio” urdidos en Wall Street, ya que el capitalismo tardío, virtual y financiarizado, se colocó en una lógica de huida hacia adelante globalizada, cada vez menos productiva.
Todos los países europeos siguieron uno tras otro la política anglo-americana thatcheriana de la “Reaganomics”, aunque Alemania pudo conservar parte de su capacidad productiva que le aseguraba una posición hegemónica dentro de la Unión Europea, en parte por sus acuerdos comerciales con Rusia y China. Por lo tanto, es a Alemania a quien Estados Unidos ataca ahora de forma prioritaria, ya que se encuentra en una posición dominante en el teatro de operaciones europeo y, en este contexto geográfico, es necesario inventar la idea del “entre tres mares” como un cordón sanitario que separe a Alemania y a Europa de su retaguardia euroasiática.
Todo esto plantea la cuestión de cómo es posible que países, en principio independientes, puedan llevar a cabo políticas opuestas a las de sus élites económicas y sus pueblos. Esto nos lleva a constatar que, en Europa, el gusano norteamericano estaba en la fruta no desde 1991, sino desde al menos 1945. Está claro que fue en esa época cuando la potencia ocupante, Estados Unidos, dominó el proceso de construcción de los nuevos Estados reconstituidos tras la guerra, en Alemania e Italia, por supuesto, pero también en otros países “aliados”.
En Francia, también se había planeado la creación de un gobierno de ocupación con un dólar de ocupación, el “AMGOT”, pero el afianzamiento de dos fuerzas locales, el gaullismo y el Partido Comunista, frenó estos ardores hegemónicos. Sin embargo, el resurgimiento de los círculos petainistas vinculados a la política de colaboración durante la ocupación nazi y el largo periodo de guerras coloniales, de 1946 a 1962, contribuyeron a mantener en Francia redes de poder que se apoyaban en Estados Unidos para sobrevivir, y que finalmente les permitieron recuperar un lugar en la política francesa, mientras que los defensores de una “especificidad” francesa, tanto en la derecha como en la izquierda, vieron cómo se desmoronaban sus posiciones tras los dos choques sucesivos de 1968-69 y luego de 1989-91.
A esto hay que añadir el inmenso papel de la hegemonía cultural estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una hegemonía mental que también aportó a sus promotores grandes beneficios económicos. A este respecto, cabe mencionar la información proporcionada por el periodista alemán Udo Ulfkotte y los estudios que, por ejemplo, muestran el papel desempeñado en Francia por la EHESS/MSH en la promoción de una “izquierda americana” que podría contrarrestar al CNRS en el ámbito de la investigación, y tanto al gaullismo como al comunismo en el mundo intelectual.
Además, hoy sabemos que el proyecto de la Unión Europea se promovió en Estados Unidos desde el principio, de tal manera que, para los alemanes, adoptó los hábitos mentales del Sacro Imperio Romano Germánico, cuyas contradicciones internas y bloqueos institucionales lo hacían ingobernable y permanentemente empantanado en tensiones internas insolubles. Recordemos que los padres de Europa, en Francia, Jean Monnet y Robert Schuman, eran enemigos del gaullismo y, por supuesto, del comunismo, y que Walter Hallstein, por Alemania Occidental, había sido el jurista del “nuevo orden europeo” de Hitler, antes de que asumiera las instituciones de Bruselas.
Las élites intelectuales, culturales, científicas y económicas independientes de estos círculos de influencia, al igual que la opinión pública de las sociedades europeas, suelen ser muy conscientes del carácter esterilizante del funcionamiento de la OTAN, como gendarme, y de la UE, como controlador económico, pero también del carácter contraproducente, en relación con sus intereses, de las políticas de marginación, exclusión, sanciones y bloqueos dirigidas a Irán, Rusia, Bielorrusia, Cuba, China, etc.
Así se desprende de un análisis en profundidad de los sondeos de opinión. Lo mismo ocurre si escuchamos lo que dicen muchos diplomáticos, policías, militares y antiguos ejecutivos de los servicios secretos a media voz, aunque los canales de la OTAN o la UE abran atractivas perspectivas de promoción. Pero las estructuras existentes están ahí para bloquear cualquier camino disidente dentro de ellas.
Lo que contribuye a la aceleración de las tensiones y, por tanto, de la historia, y a lo que estamos asistiendo en este momento, es al hecho de que la actual crisis mundial es la crisis de toda la “economía virtual globalizada” y de su moneda portadora, el dólar. Así pues, si Estados Unidos ha conseguido controlar a sus vasallos y excluir a sus competidores potenciales, se encuentra, tras treinta años de políticas neoliberales sin contrapeso, en la situación bien conocida en la historia de un imperio bloqueado por su propia extensión, gangrenado por estructuras administrativas gigantescas e inmovilistas y en proceso de estancamiento, y por tanto de decadencia a largo plazo.
Esto significa que tienen que llevar a cabo políticas de tensión y guerras permanentes para preservar un dominio adquirido que ya no tiene sentido y que los vasallos abandonarían si no estuvieran bajo una presión permanente, en una lógica de guerra contra enemigos que son, al menos en parte, imaginarios.
¿Dónde se encuentra Europa?
Europa, como debemos saber, no es propiamente un continente, ya que es una península de Asia y, con los recientes desarrollos tecnológicos en el campo del transporte, este hecho geográfico está adquiriendo más importancia que en épocas anteriores, cuando las rutas intracontinentales no estaban realmente en condiciones de competir con las marítimas. Y este subcontinente europeo es también vecino directo, a través del Mediterráneo, de África y Asia occidental.
La “deriva” noratlántica de la civilización europea desde las costas del Mediterráneo en los últimos siglos, es una deriva anglosajona de facto, que está perdiendo parte de su dinamismo original. Y Estados Unidos es muy consciente de que está amenazado de periferización si Asia Oriental, Asia Occidental y los países del interior de Eurasia siguen desarrollándose. Esto explica la brutalidad de las políticas de sanciones y guerras que se han llevado a cabo desde 1991, ya que antes, en el mundo bipolar, las potencias marítimas insulares tenían importantes ventajas sobre las fuerzas continentales, que entonces se encontraban en una posición periférica.
La única manera de bloquear la evolución geoeconómica y geopolítica “natural” de Europa en la era de las nuevas tecnologías de transporte y comunicación, que la empuja hacia Eurasia (Rusia y sus vecinos), Asia occidental (Irán y sus vecinos), Asia oriental (China y sus vecinos) y África, es mediante muros, sanciones, bloqueos y guerras. Y para conseguirlo, hay que mantener a toda costa la hegemonía del dólar y del sistema SWIFT, no jugando con los industriales o las clases trabajadoras europeas, que se oponen objetivamente a esta política, sino jugando con los agentes de influencia y sus redes establecidas desde 1945, en el ámbito cultural, en los medios de comunicación (el “mundo virtual”), en los partidos políticos, en las administraciones, en las fuerzas de seguridad y militares, etc.
Hay que recordar que la gran mayoría del espionaje económico que vemos en Europa proviene del otro lado del Atlántico, mientras que la represión de estos fenómenos es casi inexistente y los medios de comunicación muy raramente abordan este tema. Esto no puede atribuirse al azar.
A pesar de la resistencia popular y nacional “soberanista” aquí y allá, los países europeos no tienen líderes en posiciones de poder que puedan responder a los intereses colectivos de sus sociedades, y por eso también las denuncias de las políticas de sanciones dirigidas a Irán, Siria o Rusia, entre otros, se pierden en su mayoría en el desierto. Porque las élites europeas no quieren o no pueden dar los pasos de autonomía que les permitirían liberarse del chantaje permanente de la ley extraterritorial proclamada a orillas del Potomac, y que toda la humanidad tiene interés en ver desaparecer. Independientemente de lo que se piense de tal o cual régimen político en uno u otro país objetivo.
Todos los observadores de la escena económica coinciden hoy en el hecho de que el sistema globalizado dominante se encuentra en una crisis profunda y existencial, y que no hay otra salida que reconstruir las políticas desarrollistas, productivistas y de reindustrialización. Por supuesto, teniendo en cuenta la cuestión del necesario equilibrio medioambiental, pero que se debe preservar de forma dinámica y no estática o regresiva como los teóricos “neo maltusianos” del calentamiento global quieren imponernos hoy en día con demasiada frecuencia.
Una política de reindustrialización y de deslocalización es la condición indispensable para el renacimiento de nuestras sociedades europeas, y va también en interés de todos los pueblos a los que se dirigen las políticas de sanciones. Pero si, en el caso de Irán o Rusia, vemos que estos países tienen perspectivas de desarrollo alternativas, aunque esto pueda ser costoso para ellos a corto plazo, en el caso de los países europeos, las políticas de sanciones corren el riesgo de arrojarlos definitivamente del tren de la historia.
Hoy en día, como se desprende de las votaciones en la Asamblea General de la ONU sobre las sanciones contra Rusia, el 85% de la humanidad, representada por sus Estados, se está distanciando del “bloque occidental” que hasta hace poco decía ser “la comunidad internacional”.
Las posiciones adoptadas contra el dólar por países tan diferentes como India, Arabia Saudí y Brasil, las solicitudes de adhesión a los BRICS+, al Movimiento de los No Alineados, a la Organización de Cooperación de Shanghai, etc., demuestran, para los que todavía son capaces de ver y mirar, que se está produciendo un cambio considerable en el mundo hacia la multipolaridad y la limitación de la capacidad de influencia de Estados Unidos. Los pueblos de Europa pueden ver así cómo se abre ante sus ojos un “continente alternativo” en el que pueden apoyarse para re equilibrar las relaciones internacionales, en los ámbitos económico, político y de seguridad.
Para ello, primero deben salir de la camisa de fuerza mental que empujó a las élites europeas del siglo XX a considerar que “Occidente” se situaba definitivamente en el centro del mundo, lo que llevó a algunas de ellas a adoptar políticas de colaboración con las poderosas potencias occidentales del momento, ayer la Alemania nazi, hoy los Estados Unidos.
El desarrollo de corrientes alternativas, en principio multipolares y, por tanto, opuestas a la propia lógica de las sanciones, redunda en el interés de los pueblos del mundo, incluidos los europeos y los estadounidenses, de ahí la aparición de lo que el establishment del sistema unipolar llama despectivamente “populismos”, debido a la falta de élites intelectuales en muchos países que apoyen estos proyectos.
Estas corrientes son ciertamente heterogéneas y a veces amenazantes, pero representan algo mucho más profundo, el deseo de todos los pueblos y todos los seres humanos de controlar su propio destino aquí y ahora, y a largo plazo, el deseo de igualdad en las cooperaciones internacionales y nacionales.
Orientación bibliográfica:
– AMGOT , <https://fr.wikipedia.org/wiki/Gouvernement_militaire_allié_des_territoires_occupés >
– Bruno Drweski,
- “Le conflit Russie-Ukraine : contexte mondial et facteurs locaux”, en La Russie sans œillères – Du conflit en Ukraine au tournant géopolitique mondial, Delga 2022, pp. 13-28.
- “L’isthme Baltique-mer Noire (Ukraine, Belarus, Poland, Hungary…) ou le point de blocage idéal du processus de coopération Asie-Eurasie-Europe”, en La Russie sans œillères – Du conflit en Ukraine au tournant géopolitique mondial, Delga, 2022, pp. 307-320.
– Richard Kuisel, L’américanisation de la France (1945-1970), < https://journals.openedition.org/ccrh/2889 >
– A. Garapon y P. Servan-Schreiber (eds.), Tratos de justicia, El mercado americano de la obediencia globalizada, Puf, 2013.
– Marion Leblanc-Wohrer, “Le droit, arme économique et géopolitique des États-Unis”, Foreign Policy, 2019, Hivr, nᵒ 4, p. 37.
– Tamara Kunanayakam,
- “La ‘nueva guerra fría’ o ‘la guerra imposible’”, en La Chine sans oeillères – Tout ce que vous avez toujours voulu savoir…, Delga 2021, pp. 29-50.
- “Le jour où le vaste monde s’est rebellé”, en La Russie sans œillères – Du conflit en Ukraine au tournant géopolitique mondial, Delga 2022, pp. 231-264 (véase también los anexos, pp. 321 – 340)
– Domenico Moro, El Grupo Bilderberg – La ‘élite’ del poder mundial, Delga 2014, 238 pp.
– Nicholas Mulder, The Economic Weapon: The Rise of Sanctions As a Tool of Modern War, Yale University Press, 2022.
– Udo Ulfkotte, Gekaufte Journalisten – Wie Politiker, Geheimdienste und Hochfinanz Deutschlands Massenmedien lenken, Rottenburg am Neckar, Kopp Verlag, 2014.
Traducido por Edgar Rodríguez para Investig’Action
Fuente: Investig’Action